Mi infancia

Durante mi infancia, siempre fui muy amiguera y tenía muchos amigos en el pueblo. Era lo normal, ya que conocías a todos: los vecinos, los de la escuela, los primos. Pasaba gran parte del tiempo jugando en la calle, no importaba con quién, siempre encontraba con quién divertirme. Sin embargo, lo que más me gustaba era cuidar a los bebés. Mis padres decían que, apenas llegábamos a casa, me preguntaban: «¿Quién ha tenido un bebé recientemente en el pueblo?» Y enseguida sabían dónde encontrarme: en casa de Ana María, acunando al bebé para que no llorara. Siempre fui feliz con los bebés, incluso siendo muy pequeña, me encantaba cuidar de ellos.

Además de cuidar niños, también disfrutaba mucho salir a jugar con otros. Tenía un amigo, Emilio, el hijo del médico, con quien jugaba bastante. Juntos construíamos cosas, plantábamos semillas o hacíamos lo que se nos ocurría. Incluso nos entreteníamos escondiéndonos entre las sábanas que colgaban del hotel para secar. Uno se escondía y el otro lo buscaba entre la ropa. Cosas simples, pero muy entretenidas.

También andaba mucho en bicicleta y patines. Desde muy pequeña llevaba a una amiga en la bici de mi hermano, que tenía una barra como las bicicletas de ahora. Mi amiga, que era muy chiquitita, iba sentada de lado mientras yo pedaleaba. Nos veíamos tan pequeñas que la gente se detenía en los coches a mirarnos pasar. Mi amiga se llamaba Marta, y de hecho, sigue veraneando aquí.

Otra amiga mía no podía caminar debido a una parálisis infantil. Le habían adaptado una bici con rueditas para que no se cayera. Yo siempre iba a su lado, a su ritmo, charlando. Aún vive, aunque algunas de nuestras amigas de la infancia ya no están con nosotras.

Esa era mi vida en el pueblo hasta que me fui al colegio. El problema era que, desde que comencé la escuela, pasaba menos tiempo en Panes. Solo podía volver en las vacaciones de Navidad, Semana Santa y, claro, el verano, donde pasábamos al menos dos meses y medio. En esos días, pasaba mucho tiempo con los veraneantes, niños que no conocían a nadie y con los que mi madre, que tenía un hotel, me decía que jugara.

Así era mi infancia: llena de amigos y momentos compartidos. Ya os seguiré contando más adelante cómo fue mi vida cuando tenía ocho, nueve y diez años. ¡Hasta la próxima!

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